La santidad es una llamada universal y Schoenstatt ofrece un camino concreto sobre el que avanzar hacia ese objetivo. Si bien es un camino que no tiene muchas normas, muchos cauces.
En Schoenstatt no hay un plan de vida trazado e igual para todos porque María, desde el Santuario, busca formar personalidades libres, autónomas, capaces de tomar decisiones, fieles a la verdad de sus vidas y a su propia originalidad. Nos invita a dar aquello que, si no lo damos nosotros, nadie más lo dará, porque somos únicos.
Schoenstatt nos propone que nuestra vida sea un hogar en el que María habite y en el que puedan descansar muchos hombres. Y esto pasa por permitir que María saque lo mejor de nosotros mismos, para poder entregarlo con humildad.
No se trata de hacer cada día más cosas, en tener una vida apostólica llena de actividades, sino en cuidar nuestro mundo interior, cultivar el espíritu, la generosidad, la magnanimidad y la aspiración a los más altos ideales. Dicho de otro modo, la santidad es vivir anclados en Dios, abandonados en sus manos de Padre, sin poner barreras ni frenos a su Voluntad.
No hay normas para interpretar la voluntad de Dios, es algo personal, que requiere audacia y un alma de oración. Un alma capaz de escuchar las tres voces que en Schoenstatt se identifican con las fuentes de conocimiento del querer de Dios: las voces del tiempo, del ser y del alma.
La voz del tiempo es la voz de Dios, a través de los acontecimientos del mundo circundante que especialmente me tocan. La voz del ser es lo que somos, lo que responde a la naturaleza de la creación de Dios en nosotros, de modo que ninguna actuación nuestra podría ir contra ella (el orden de ser determina el orden de actuar).
Las voces del alma son inspiraciones interiores, inquietudes profundas en nuestro corazón que despierta Dios, manifestando sus deseos y necesidades. La interpretación audaz de las tres voces nos ayudará a conocer la voluntad de Dios.
En definitiva, en Schoenstatt queremos ser capaces de ver a Dios conduciendo nuestra vida diaria, escondido en lo cotidiano. Queremos aprender a ver cada caída, cada fracaso, cada injusticia, cada cruz, como retos para amar más, para dar más, para ser más santos.
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