En las huellas del Padre
«El viernes 13 de marzo, tras dos días de penoso viaje, llegaban a Dachau. Un prisionero recuerda: «Con ocasión del ingreso al campo de concentración, cuyas formalidades llevaban varias horas, fui testigo de cómo ambos sacerdotes (uno de ellos el Padre Kentenich) fueron saturados de mofas y burlas por los de la SS.»
Al pasar por la «Sección política», fueron fotografiados y recibieron su número, tocándole al Padre Kentenich el número 29392. Un jefe de la SS, creyendo oportuno hacer caer al recién llegado ‑que demostraba mucha tranquilidad y firmeza‑, comenzó a gritarle groseramente, haciéndole toda clase de preguntas. Al no recibir respuesta ‑el Padre Kentenich lo miraba con tranquilidad y sonreía cordialmente‑, se enfureció más todavía, haciendo ademán de pegarle. Pero no llegó a hacerlo. Días más tarde, ambos volvieron a encontrarse en la oficina en la cual se deponían los datos personales. El jefe lo reconoció enseguida:
– “¡Eh! ¡Que el prisionero me limpie la bicicleta!”‑le dijo.
– “Sí, lo voy a hacer”‑respondió el Padre Kentenich‑, “pero no porque deba hacerlo, sino porque, como hombre libre, quiero brindarle este servicio”.
– “…No, Ud. no necesita hacer eso” ‑contestó, finalmente el jefe.
Mientras escribía sus datos personales, el Padre Kentenich le preguntó por qué el día anterior le había gritado tanto: ‑»Se experimenta de todo, para infundir miedo…” – fue la respuesta. Y a partir de ese momento, el jefe lo llevó a su dormitorio, contándole toda su vida».
(«Un profeta de María» pág. 99‑100)